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Pensamientos disecados

 

A golpe de cincel esculpí esa mujer que nunca he sido y que algunos recriminaban a diario, decapé el óxido que indiscriminadamente cubría lo que se me ocurría tocar, limé asperezas con aquellos que merecieron la pena, arañé por el placer de arañar y me fui convirtiendo, a falta de mayor superficie que alterar, en almíbar de papel. Mucho menos sólida y sórdida que antes. Entraba sin que te dieras cuenta, casi como una canción en francés que
te pilla con los ojos a entreabrir. Yo, que parezco corta de visión, de reflejos y de memoria a largo plazo, atribuía
ese pequeño poder al jarabe resultante y a sus efectos, en un primer momento, paliativos. Tenía sus ventajas. Me saltaba el turno en la cola del pan y nadie se daba cuenta,

me diluía en los vasos medio vacíos y los desbordaba, 

y cuando ya mis aliados rozaban la diabetes, los más inconscientes me decían eso de “podrías escribir un libro” porque les parecía dulce y poco más y los que se daban cuenta de esa tapadera me decían eso de... “podrías”. Dejé de hacerme daño y me hice reír; me espesé hasta retomar cierta consistencia y me senté como la india que debí ser en una vida anterior. Puse en la unión inevitable de mis gemelos con mis muslos, porque sobre la mesa ya hubiese sido un nivel superior, unos pensamientos. Sí, de los
pocos comestibles que me cuesta digerir. Dejé que el paso del tiempo en mis piernas inertes disecara algo que no fuese yo y creara algo más rentable y provechoso que al principio. Supongo, para no perder la costumbre de solo saber a medias, que hubiese sido mejor idea escribir un li-bro suficientemente grueso como para disecar ahí las flores condenadas al fracaso y utilizar las piernas para no tener que esculpir nada aspi-racional. Y... Al fin, dejar de ignorar que de la misma manera que no es lo mismo decir “un pájaro de alto vuelo que el pájaro de tu abuelo”, no es lo mismo decir “podrías” que podridas.

 

Marisol Rufo

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